El Terremoto de Lisboa de 1755 es recordado como uno de los desastres naturales más devastadores en la historia de Europa. El 1 de noviembre de 1755, en pleno día de Todos los Santos, la ciudad de Lisboa, capital de Portugal, fue sacudida por un terremoto catastrófico que tuvo una magnitud estimada de 8,5 a 9 en la escala de Richter. El sismo, que duró aproximadamente 3-6 minutos, dejó a su paso una estela de destrucción que afectó no solo a Lisboa, sino también a otras regiones cercanas, incluyendo parte de España y el norte de África.

Las consecuencias del terremoto fueron desastrosas. Se estima que murieron entre 10.000 y 100.000 personas, y gran parte de la ciudad fue reducida a escombros. Además de los efectos directos del temblor, un tsunami posterior, generado por el colapso de una parte del lecho marino en la costa portuguesa, azotó las costas cercanas y causó más devastación y pérdida de vidas.

En España, las regiones de Andalucía y el sur de la península ibérica también sufrieron los efectos del terremoto y el tsunami. Las olas del tsunami afectaron a localidades costeras como Cádiz y Huelva, causando daños significativos en las estructuras costeras y resultando en la pérdida de vidas humanas y de bienes materiales.

Este trágico suceso tuvo un profundo impacto en la mentalidad de la Europa del siglo XVIII, y sirvió como catalizador para repensar los conceptos de la naturaleza y la divinidad. Filósofos como Voltaire y Rousseau reflexionaron sobre el significado de este desastre y su relación con las creencias religiosas de la época.

Además de las pérdidas humanas y materiales, el Terremoto de Lisboa de 1755 llevó a un cambio significativo en las políticas de construcción y enfoques de gestión de desastres en toda Europa, sentando las bases para el desarrollo de medidas de prevención y mitigación de desastres naturales en el futuro.

A través de los testimonios, documentos históricos y la reconstrucción posterior, se ha conservado una imagen vívida de la devastación causada por este terremoto, recordándonos la fragilidad de la vida humana frente a las fuerzas de la naturaleza y la importancia de la preparación y la resiliencia en el enfrentamiento de desastres de esta magnitud.